viernes, mayo 13, 2011

Y ojalá todos los viernes fuesen como hoy o como tú...


Ya saben. Esos viernes en que te levantas sin prisa, que no desayunas pero tampoco sientes que te hace falta.
Sí. Esos viernes en que el cielo es gris y a uno se le despierta el animalito andino que lleva por dentro el corazón.
Y soy cóndor con este clima o soy alpaca, soy como esas chuquiraguas que adornan mis páramos y a veces mi memoria.

Sí. Y te puedo escuchar del otro lado del teléfono aunque sea breve. Y sonrío.
Lo único después de ti que quiero desde que empecé a organizar el día es un buen choclo tierno con habas y queso.

Hoy es uno de esos viernes en que salgo camino a la Facultad y tengo antojos de pastel de chocolate.
Y todo se cumple. A una cuadra de la Universidad venden uno de los mejores pasteles de chocolate de esta ciudad.

Voy a clases, en viernes que empieza a llover y todo sale bien. Misteriosamente.
Alguien menciona que hoy ha caído viernes y que es trece.
No creo en la numerología pero sí en el amor.

Martina me espera en alguna esquina. Comemos algo juntas y vamos a comprar golosinas. Creo que tengo una provisión de paletas de aquí a finales de mayo. Nunca me duran demasiado los dulces.

Regreso a casa en el mismo autobús que tomo a diario. Hay poca gente, un frío parecido a su silencio y la ciudad extraña en que vivo, aunque tengo una mochila con un cargamento nada despreciable que me pone contenta, no parece emocionarse conmigo.

Enciendo el Ipod con Chaouen en la lista y no hay tráfico tampoco. Los quiteños somos especímenes raros. La mayoría tiene miedo de empaparse en felicidad o en llanto cuando a este cielo cercano, donde tanto le costaría respirar a cualquiera que no fuese nosotros, le da por mojarnos.

Llego a mi parada, cuatro cuadras de camino a casa para estar a tiempo. ¿A tiempo de qué? No lo sé. Aún no sé que todo está a punto de cumplirse.
Enciendo un tabaco y camino despacio.

Abro la puerta de esta casa. Ni siquiera los perros salen a saludarme. Todo se congela aquí.
Dejo mis cosas, me quito el abrigo y descubro que los antojos también son hereditarios.
Mi madre ha cocinado, sin saber de mis anhelos, habas y choclos tierno
s.

2 comentarios:

Mixha Zizek dijo...

Belén, que rica imagen, me encanta el choclo también.

Y si hay días donde las cosas salen de maravilla y otros donde todo es un desastre, pero todo depende como uno tome las cosas para que el día sea como mejor nos sea a nosotras, buena entrada, besos

Sergin dijo...

mmm.. choclo es el maiz?? y habas es esa guarnicion cafe?? o es al reves?? jee nunca he comido habas, maiz si pero en mi pais se le llama Elote o maiz.

De igual manera se ve rico.

Saludos :D