lunes, abril 28, 2014

Hablemos de Egipto...

Egipto, el país que siempre me cautivó. Desde muy pequeña, debo admitirlo, tenía una fascinación casi obsesiva con todo lo que se relacionase a los mundos antiguos, a las civilizaciones “perdidas”.
No sé cómo fui a dar con Egipto, pero supongo que todo remonta a aquella colección de libros Ariel Juvenil (que incluía ilustraciones) que tenía en los estantes de mi vieja casa de barrio céntrico. Aquellas fueron las lecturas con las que crecí…

Finalmente, luego de haber terminado los formales estudios de Medicina y estando en las vacaciones previas al año de trabajos forzados (AKA Internado Rotativo), mis padres me dieron el regalo.
Tomar el avión desde Madrid al Cairo o mejor aún, aprender los números en árabe en el viaje de Ecuador a España es algo sin precio comparativo alguno.

El Cairo, vista desde el avión. Todo en ellos, desde su iluminación, es arte.
El Cairo, capital de capitales, fue el primer loco encuentro con este mundo tan ajeno pero tan metido en mis recuerdos.
Desde luego que el aeropuerto no estaba cerca del hotel donde nos hospedamos, pero el viaje valía la pena. Era la noche cuando nos subimos en aquella minivan blanca y fue allí cuando conocimos al primer guía que tuvimos.
Gracias a la difamación que recibe Oriente Próximo por parte de los medios de comunicación, la temporada turística estaba casi en extinción y nosotros cuatro éramos el grupo al que se integrarían otras cuatro personas a lo largo del tour.

Las calles amplias y desordenadas, la arena del desierto recorriendo toda la ruta, el contraste absurdo de la sociedad… era imposible no notar que junto a un Ferrari del año pasaba un hombre viejo, con turbante, en su carro de madera jalado por un burro. Y a eso se deben sumar otras ocho filas de autos en una calle destinada a solo cuatro. Matemáticamente imposible, físicamente imposible. Pero quién soy yo para juzgar a las leyes esas que dicen que dos cuerpos no ocupan el mismo espacio al mismo tiempo… 
Ese caos egipcio es lo más parecido a la rebeldía de la ciencia. Lo juro.


Primera noche y yo solo quería dormir para despertar pronto. No tenía idea de la ubicación del hotel ni de la zona en la que estábamos hospedándonos. Y como en toda buena historia, la sorpresa no se hizo esperar.

Me quedé una hora más o menos desde el balcón mirando la vida ajetreada y perpetua de la calle en que quedaba el hotel. Luego supe que estaba en la Avenida de las Pirámides...


 

Lo primero que hice al despertar al día siguiente, fue volver a asomarme por la ventana y luego de casi quedar sin aliento, busqué mi cámara fotográfica para no perderme del instante.
Aquellas construcciones de las que se habla tanto, aquel símbolo con el que soñaba, que la gente atribuye poderes sobrenaturales, aquellas tumbas enormes son más emocionantes en vivo que en la imaginación. Así empecé a andar el primer día en las tierras de Horus y Anubis, de Isis, de Thot y por qué no decirlo, mías también por derecho a la locura.

1 comentario:

José Ramón Serrano dijo...

Me encantaría poder viajar más a menudo, tienes mucha suerte, me gusta la forma que tienes de transmitir tus vivencias.

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