martes, julio 23, 2013

El primer trimestre de una vida laboral... y otros momentos más

EL INTERNADO ROTATIVO Y YO
Actualizo el blog pues hoy, tras tanto, recordé que aquí también tengo un hogar.
Llevo ya tres meses en este hospital que prácticamente es la única casa de salud en donde me siento todavía "en casa"... Y las cosas, definitivamente, fueron muy diferentes a lo que imaginé.
Me he llevado decepciones, encontronazos con la vida que me era tan ajena... he conocido personas maravillosas y, definitivamente, he crecido mucho en un nivel profesional y humano (sobre todo el último).

Llevar una vida desorganizada es algo que parece será una constante en lo que resta de mis memorias futuras... en este mismo momento, siendo las diez de la noche, estoy comiendo papas fritas de bolsa y tomando Coca Cola... debería dormir, pero tengo la sensación que si duermo antes que los doctores jefes, parecerá descarado... Aunque ninguna de las dos partes esté haciendo algo verdaderamente relacionado con la medicina.

Llevo tres meses de hacer guardias de 36 horas cada tres días, de comer a deshoras, de tratar de ahorrar lo que más dinero se pueda, llevo tres meses de ir contando de una en una las escaleras que me conducen al mismo sitio, con la esperanza vaga que algún día algo cambie por aquí.
He perdido un poco el norte, el camino... me he encontrado apoyada y cómoda en el bando de los médicos mediocres, de los deshumanizados, de los carniceros, pero al mismo tiempo, me he hallado apoyada y cómoda en el otro lado de la moneda... con los médicos altruistas, los buenos, los que dan todo por la vida de los demás.
Seré bipolar, pero también reconozco que en mí y en lo que concierne a mi personalidad no tengo aún definido hacia dónde va a tirar esta historia... si haré el bien o me haré bien, si me hará bien hacer el bien o me bastará con hacer lo que creo es correcto aunque muchas veces demasiado justo.

"La gripe H1N1 ha regresado al país y no tengo mucho más que hacer salvo evitar contagiarme"...

Ahora mismo estoy en le cuarto piso de mi hospital, en el área de Medicina Interna, saboréandome las papitas y las defunciones de la semana... Cuando te llegan esos pacientes "pez", como los llamo, esos que solo están dando bocanadas de aire y que ingresan al piso tan solo para morir bajo supervisión médica...
O cuando tienes en tus manos a un paciente que se niega a continuar con vida, que cuando le dices por aliviar su enfermedad que "todo va a estar mejor y que se va a reponer" el paciente te responde "no quiero". O esos otros que son ciegos y ancianos, que no sabes cómo ni porqué llegaron a tu hospital, que te comentan entre sus delirios y sus fiebres que han pasado en cama los últimos dos meses, y al tratar de comunicarte con un familiar que pueda ayudarte a completar la historia clínica te das cuenta que esa persona no tiene a nadie en este mundo... y que probablemente, después del hospital (si sale vivo) seguirá solo, ciego y postrado.


Claro, también tengo de esos otros que, de alguna forma poco sana, nos sacan sonrisas... esos pacientes que sufren de confusiones por alteraciones hiroelectrolíticas fundamentalmente y que alucinan cosas fantásticas que no sabemos hasta qué punto son parte de sus recuerdos, de su imaginación, de sus miedos. Todos ellos están jodidamente enfermos de algo o descompensados, por lo menos... pero son el momento necesario para desacomodar el día y hacernos olvidar un poco que estamos rodeados de muerte, de dolor, de incomodidad, de miedo...

Llevo tres meses donde no permito que nadie me llame "doctorita" porque de inmediato le cuento que todavía soy estudiante (de último año, pero estudiante)... y creo que lo hago para evitarme responsabilidades que aún no sé si soy capaz de montar en la espalda para vivir con eso.
Me siento rara cuando me agradecen por hacer mi trabajo... considero, en buena parte, que esto que hago de "vocación médica" en realidad es solo el manual de instrucciones de cómo hacer que todo lo que aprendí justifique mi salario.
Es incómodo, es raro, es novedoso... 

Entre otras aventuras de mi Internado Rotativo, tuve la oportunidad de que mi futuro esposo (sí, estoy comprometida ^^ ) viniese a hacerme compañía en algunas de las guardias que tuve esta última semana. Aprendí de él las cosas que se supone sé que hacen falta... vaya tipo el que tengo a mi lado, pedazo de médico increíble, calidad de ser humano... Me desconocí a ratos mirándome con alguien como él... es decir, ¿cómo puede estar una persona tan positiva junto a una tan inestable como yo? digo "inestable" porque no quiero decir "negativa"... tengo mis altibajos... ya saben.

Verlo manejar a las familias de los pacientes más complicados, verlo tomar de la mano a los pacientes, tocar el hombro y dar aliento... hablar en voz altísima para que el sordo responda... comprometerse a jugar ajedrez para entretener al paciente con peor carácter del hospital... Son cosas que deben admirarse en un médico, en un profesional... salvo que él, mi esposo, no lo hace por profesional sino por admirable persona que es.
¿Lo envidio? De cierto modo sí, pero es que es imposible no admirar a alguien tan convencido de las cosas... yo sigo con mi dilema sobre qué clase de médico ser y él simplemente se deja ser, como es él, con todo el mundo.
Lo amo, es mi complemento perfecto, es hombre que llega a cumplir con toda expectativa que alguna vez pude tener... Es más de un año del cambio drástico que dio mi exitencia...
¿Imaginé alguna vez que el amor podía venir con la presentación y exactitud con que me llegó? A él, a Carlos, puedo decirle que lo busqué y esperé en muchas camas, envuelta en sábanas de ilusiones, de desencantos... A él puedo decirle que le guardé lo único que pensé que no tenía, mi fidelidad, mi entrega absoluta... A él, a él puedo darle todos los méritos de mi vida y por él puedo perdonarme incluso los peores desaciertos de mi humanidad.


Llevo tres meses de este seudo infierno que me ata a una vida con que no sueño, pero que de alguna manera es la única que de verdad debo agradecer... porque fue en medio de estas camas y pasillos de hospital que conocí a mi esposo, fue en estas camas de residentes donde hemos dormido abrazados más de una vez, fue aquí donde me di cuenta que mi vida iba a dar un giro brutal y que iba a perder el eje mismo de mis pensamientos a cambio de la felicidad que no me esperaba llegase tan pronto.

Soy feliz, dentro del cansancio al que estoy sometida, dentro del cementerio de ideas y emociones en el que habito... soy feliz porque lejos de estos doce pisos de enfermedades y cirugías, tengo una familia que se ha acoplado a mi vida y tengo una familia que empieza a crecer. Las cosas con mi hermano, con mis padres, con el resto de parientes, han mejorado significativamente desde que dejé de ser una poeta a medio tiempo y una estudiante de medicina habitual... ahora soy Belén, la que siente aunque confundida, la que habla aunque se enrede con las palabras, soy yo, la que ama a su esposo más que a sí misma, la que sueña tener en el vientre a los productos de esta locura llamada amor... soy Belén, Belén de todos los días que sigo viva, la que escribe a ratos, la que ya no besa siempre, la que ríe, la que llora amargamente las despedidas, la que se sienta a mirar fotografías de otros continentes y desconoce a la del otro lado del espejo, la que odia y se queja, la que se sienta a tomar signos vitales de los pacientes, la que espera el amanecer desde el otro lado de las montañas que rodean a mi capital andina...
El cambio de estos tres meses es que soy yo, siendo la misma de siempre, con una proyección distinta, con unas ganas complejas de hacer una vida junto a alguien...

Soy Belén, la misma que un día se enamoró de todos y que hoy pertenece a un solo destino... Soy sin ser, siendo quien siempre he sido...

Belén Jaramillo de López, mis amigos...

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