A veces,
caminando de regreso a casa me topo con escenarios mentales donde la
autocrítica abunda. Aquellas frases que debí haber dicho, aquellos momentos que
dejé pasar, la actitud que debí tener… Supongo que lo mío fue siempre ha sido
la reivindicación. Reivindicación, sí, hablo de esa necesidad permanente de
querer colocar las cosas en el sitio que yo considero es el que deben tener.
Mucha necedad de mi parte, lo sé.
Al hacer un
repaso mental de mis vivencias identifico claramente que lo mío ha sido el
enfrentamiento, la pelea verbal y abierta, el lanzamiento de argumentos como
deporte olímpico, la fundamentación basada en el libre albedrío muchas veces.
Nunca he dudado que vivo entre errores, que yo mismo arrastro errores y que he
convertido a muchos de ellos en trincheras de mis no pretendidos berrinches.
Pero he sabido aceptar mis equivocaciones aún cuando las había hecho estandarte.
Aunque siempre estuve
zanjando espacio a la discusión lo cierto es que, años más tarde, cuando estaba
por terminar mi carrera de medicina, descubrí por casualidad que la sutileza
pagaba mejor que los ataques. Desde entonces, es difícil acertar conmigo… el
sarcasmo va bien vestido y lo pasan por alto, así como mis chistes van cargados
siempre de una dosis cruda de verdad. ¡Qué puedo decir! Cada uno encuentra las
armas con que sobrevivir al cotidiano porque, de lo contrario, este trayecto se
vuelve insoportable y nos traga, sí, con pasado y todo…
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