martes, enero 01, 2019

2019



Al final de cada año suelo hacer un balance de las cosas que sucedieron, de las que logré y las que no alcancé, de lo que fui y quise ser, de lo que pude intentar y de lo que definitivamente no debí dejar que suceda. Cada fin de año se me llena el vaso de la nostalgia con unas cuantas lágrimas, y una vez que se llena el vaso, puedo mirar el reflejo de mi rostro cargando con sonrisas también. Al final, soy una suerte de equilibrio que continúa analizando su vida para no justificar ninguna muerte.

Este año que ha pasado ya, esa página que gira sobre el calendario, ha sido un año lleno de momentos importantes e inesperados, quizá uno de los más fuertes que me ha tocado sobrellevar, uno donde crecí y me redescubrí, donde volví a armarme con los trozos de un ayer que tenía durmiendo y donde, sobre todo, he retomado con fuerza aquello del arte, del color, de la poesía.

Me quedan pendientes con la vida, es verdad, me quedan proyectos y pinceles, fotografías adornando mi memoria y unas manos heridas de tanto escarbar. Me quedo con los golpes que va mi cabeza contra las murallas de todos los días, con los silencios de mi fonendoscopio cada vez que se escapan los latidos de alguien en esa sala de urgencias que viene a ser la trinchera donde más me duele existir.

Hoy, empiezo el día sentada frente al ordenador, con todo mi habitual desorden belénico, sin saber lo que es el destino... cantando con Silvio Rodríguez nuestro "El Necio" y teniendo la conciencia en calma, sabiendo que hice lo que debía y quizá un poco más, que cometí errores pero que aprendí de ellos más de lo que me costaron y que sigo, en pie de guerra, dispuesta a seguir dándolo todo por aquello en lo que creo, por aquellos que quiero.

Sin esperar más que otro año lleno de vida...
Belén, desde este Mediterráneo

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