sábado, agosto 05, 2006

En Quito señores y muertos... la esQUITOfrénica soy yo...

Les dejo algo que escribí hace cosa de un año... cuando me enamoraba de nuevo de mi Quito colonial... la foto es del 27 de julio de este 2006... es el Sagrario... mi maravilla de piedra...
Aquí vivo... y en algunos lugares más.

Como fantasma que le teme al olvido...
La Belén del diario
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ALLÍ VIVO YO

Allí, donde la gente en las esquinas duerme al acecho de sueños, donde la gente le asalta a la botella para ver si al fondo está la esperanza; allí donde se remiendan los zapatos y el corazón frente a una iglesia, allí vivo yo.
En el parlamento de Quito, sobre las cumbres indiferentes de un volcán que se rió junto a la segunda presidencia de Velasco Ibarra, a un lado de la mística fachada que aún amasa el pan con temor a los fantasmas chocarreros.
Sobre nombres de lugares chilenos, en la calle de las playas, allí vivo yo.
Donde el blanco de las paredes se decapitó y sangró celeste; allí donde las tejas de arcilla no soportan los granizos ni el amor, allí donde los balcones se adornan con flores secas y camas marchitas, allí donde la mirada se pierde en un bocado de abismo.
Allí donde el número de casa no es más que lata oxidada de tres santos que se desdoblan para ver mejor si el vecino ha muerto o no con espanto.
Allí donde la piedra de lavar en lugar de agua regala barro, allí donde el olor a humedad te intoxica, se come los libros, se limpia el sudor con “El Comercio” de hace siglos, los pone amarillos y borra nombres. Allí, donde la magnolia es inalcanzable, allí donde soñaba que el capulí era el límite de las propiedades privadas, allí donde la hierba te cubría hasta el regazo, donde los bichos eran costumbre y la valentía les arrojaba piedras dejando manchas moradas en las rocas del suelo. Allí, donde la palmera crecía junto al infértil fruto del agua de anís, donde la palmera jugaba a tocar helicópteros y nubes, allí vivo yo.
Vivo en el crujir de las tablas de los conventos, en el pan de oro parasitario de las manos que le dieron forma, que le agregaron santos; vivo allí, en medio de los cuadros y las lamentaciones de las piletas, vivo en las palomas que acurrucan al tumbado, vivo en los ojos de los cristos que subidos en una cruz se niegan a bajar para la minga.
Vivo entre amenazas de conquistadores, entre sabios literatos, entre los capítulos que se le olvidaron a Montalvo, vivo en la Real Audiencia, en el Reino de Quito. Vivo en las leyendas del Tejar, y vivo en las copas que nunca más bebió aquel sacerdote de juerga. Allí, donde los sucres desfilan montados sobre caballos de cuentos, donde la libertad llegó un poco más tarde de lo que acostumbra, donde se asesinan rebeldes y se reviven en cera. Allí donde se incendian los zaguanes de tanta melcocha ardiente de historia, allí vivo yo. Y si hago un recuento de donde vivo, debo admitir que vivo también en los buses apurados, en las descargas de humo en el mercado de San Roque, allá donde la luna se enamora de su propio religioso atuendo.
Vivo enroscada, imitando a la serpiente, en el churo de la Alameda. Donde la virgen se cansó de rezar por rezar y los guitarreros le alzaron en coplas hasta el mirador de una olla, que luego fue pieza de crocante palabrería.
Abajo, a un lado de la Plaza del teatro, donde los Atahualpas y los Capac juegan a ser dueños de las hormigas que se roban el azúcar de la farmacia, donde olvidaron que el oro se refleja en la sonrisa de los ancianos.
Allí mismo vivo yo, en la ermitaña soledad de monumentos que se destrozan por las polillas, en la tierna congoja de la Plaza de la Independencia, en el despiadado desencanto de la García Moreno… en la Tola, el la Marín, en la Catedrática Compañía de lamentos, en las tazas plásticas de las limosnas, en los avispados inventos de la sal quiteña.
Definitivamente, AQUÍ vivo yo.